Селесте в журнале "La Nacion" (2003 г.)
Интервью
Celeste Cid resistirá
Con 19 años recién cumplidos ya produjo un impacto que ha comenzado a ubicarla como centro de todas las miradas. Pero lejos de parecer confundida, se puede descubrir en ella un ser singular capaz de un buen futuro–No, desde luego no soy anoréxica. Sería terrible. Es un desarreglo emocional. Y mental. Y físico. ¿Parezco? No, ¿verdad? Míreme bien.
Miro bien a Celeste Cid, lo que, puedo afirmar, es asunto grato y regocijante: se trata de una criatura de punzante belleza y fragilidad desmentida en curiosa mezcla por una fragante y casi tangible aureola sensual. Pongamos los labios, si quieren. O los ojos muy oscuros –si existen negros, son negros–, brillantes, enormes. Pongamos la delicada piel. Pongamos la sonrisa por un lado –la formidable sonrisa de Celeste–, los dientes grandes, blancos, saludables, afirmados sobre encías asalmonadas. Pongamos la buena combinación de clavículas pronunciadas y el escote alegre. Pero pongámoslo, todo junto, porque el asunto es grato y regocijante, no porque Celeste le llegue a uno por partes, sino en un todo que sale de cualquier estereotipo. Es ella. Y otras, muchas, querrán –está pasando– parecérsele. De manera que Celeste es, como si fuera poco, una chica de época.
–Mejor de usted, digo yo. Usted me tutea, yo no. Así. Creo, no sé, que si salió, ¿no?, está bien. Es cierto: fumo mucho. Lo había dejado, pero ahí está de nuevo. Me gusta fumar. Desmiento cualquier rasgo de anorexia, aunque me encantó que lo supusiera. No son cosas que se pregunten habitualmente, por eso. Lo desmiento porque sé cómo se distorsiona todo.
–¿Todo?
– Todo. En la vida, en cualquier orden. Hay una gran capacidad de distorsión. El hecho de ser un personaje mediático implica distorsión. Como personaje mediático, tal vez distorsione y sea distorsionada. No crea nada de lo que diga. ¿Entiende?
Bueno, ahí la tienen ustedes a Celeste Cid, para empezar. Vaya chica: 19 recién cumplidos, un metro sesenta y poco, cuarenta y seis kilos.
–Estoy en una vidriera, es decir, en un lugar que no existe.
–¿Cómo te metiste en esa vidriera, Celeste?
–La casualidad –levanta un dedo hacia el techo– y Diosito, me llevaron hasta donde estoy.
–Veamos.
–Soy muy tímida. En serio. Eso, si no le importa, créamelo.
–Bien.
–Salió que había un casting. Nunca se publican, pero ése salió. Era en el lugar en que ahora grabo Resistiré. Había doce mil personas. Sola, no: con mi mamá. Había chicas con experiencia, que ya habían trabajado. A mí no me interesaban nada la televisión ni el espectáculo en general. Pero fui. ¿Mi mamá, dice? Es ama de casa. Sí, buena ama de casa y buena madre. Tengo dos hermanos, uno de 18 y otro de 26, casado. Son, ¿cómo decirlo?, gloria, pura gloria. El más chico es mi amor, lo adoro. Cuando éramos menores nos peleábamos muchísimo. Sebastián. Hippie tremendo, y músico. Poeta.
–¿Escribe poemas?
–No. O, bueno, de tanto en tanto. Yo digo poeta a alguien que quiero, que es especial, que me resulta fantástico. Siempre, en esos casos, digo poeta. ¿Le sorprende?
Celeste lleva unas gafitas de armazón grueso –"Ni astigmatismo, ni miopía: modernidad porteña"– y el pelo bien corto, a mechones desparejos y puntas asimétricas, uno de los soportes de su look y, en consecuencia, de la época que ha iniciado, sin que probablemente lo sepa por completo.
–¿Tiene tatuajes, Sebastián, hermano, poeta?
–A Janis Joplin. A Jim Morrison. A Lennon. De todo. El más grande es lo que dije, casado, formal. No me imagino como él, casada a esa edad. Me parezco al más chico, y estoy en el medio. Soy la chica del medio, la hermana del medio. Tengo que cuidar el cuerpo: estuve bastante tiempo trabajando catorce horas por día, más una de ida y otra de vuelta, mucho. De modo que vitaminas y comiditas especiales, ya ve. Fumo mucho, duermo poco. Vivo en San Cristóbal. Casa vieja, reciclada, luminosa, divina. Tengo ganas de buscarme un departamento en estos días, eso sí. Claro que vivo con mis padres, ¿por qué pone cara de que le resulta raro? Tengo 19 años recién cumplidos, finalmente.
–Lo había olvidado. O es increíble. No sé. Está bien: un departamento.
– Sí, ganas de buscar la libertad. Ojo: sé que la libertad no es cambiar de casa, sino algo interior. Pero ayudaría. ¿Le gusta mi pelo?
–Sí, por supuesto. Te va muy bien, te da un aire freak, de monstruo bonito.
–¿Y eso está bien? Al principio me lo corté así y Alberto Sanders arregló el desastre.
–¿Te gustás, Celeste? ¿Cómo te ves?
–Estoy conviviendo bien conmigo. Aprendí a convivir con mi metro sesenta. Antes me costaba llevarme armoniosamente con ese metro y esos sesenta centímetros. Usaba unos zancos enormes. No me quedó otra que aprender a convivir. Está bueno, para contestarle. Me gusta ser así, petiza, de estas dimensiones. Dejé de negarme y aprendí que cada uno tiene su naturaleza y hay que aceptarla. En todo sentido.
–¿Cuál es tu naturaleza, la profunda, la que está dentro?
–La contradicción. Aunque también eso está bueno porque se relaciona con una búsqueda. ¿No cree?
–Creo. Dame un ejemplo.
–Soy alguien que dice que no hay que pensar tanto, y se pasa el día pensando y pensando. Es un ejemplo. Uno bueno, le aseguro. Digo que no hay que gastar la energía sólo en el trabajo porque la vida está hecha de muchas cosas, y soy adicta al trabajo. No hay que fumar, hay que cuidar el cuerpo, y fumo como loca.
–No es tan fácil, Celeste.
–No, para nada.
–Me refiero a una especie de coherencia absoluta.
–Lo intento.
–Quizá no la encuentres nunca.
–Ojalá no la encuentre nunca.
–¿Cómo es eso?
–Es como ir zafando de hacer todo el tiempo proyectos, uno tras otro. Trato de proyectar cada vez menos. Que haya sorpresas. Si calculás mucho, perdés sorpresas. No pensar sin detenerse nunca, sino darse la posibilidad de elegir qué pensar.
–¿Estás segura de que tenés 19 años recién cumplidos?
–Casi segura. Me deja hacer algún chiste, ¿no?
–¿Dormís sin dificultades?
–Ahora, sí.
–Tuviste problemas.
–En algún momento. Es muy interesante: como no está mi terapeuta, me analizo en esta entrevista. Y con los cigarrillos, en cierta forma. Está de vacaciones, el doctor Salinas, que de él le estoy hablando.
–¿Es grande, joven, cómo es?
–Es grande y joven. Sabio. Poeta. Muy poeta. Médico, psiquiatra, pero no me medica. Todavía. Voy más por el lado del té, de las infusiones. Cuando fui a verlo por primera vez, no hablé. ¿Por qué tengo que contarte mi vida, cuando yo no sé nada de vos? Me lo sugirieron mis padres. Pensaron que sería útil y bueno que hiciera terapia. A mí la idea me cayó bien: si uno no está convencido no sirve de nada. ¿Mi padre, dice? Es un hombre muy derecho, muy honesto. Aníbal. Pero no Lecter, no Hannibal, juro que no. Es gráfico, tiene una imprenta. Aunque un poco de Lecter todos debemos tener en alguna parte y, llegado el caso, quién sabe si no nos comeríamos un pedacito de otro. Supongo que hablo de manera figurada. Supóngalo usted también, por favor.
–Bueno. Además, fijate, el doctor Lecter ha pasado de bestia psicótica a ídolo.
–Sí: todos esperando que muerda. Nuestro propio morbo trasladado ahí. Todo el mundo se ha vuelto un poco bizarro. Como sea, no comprendo ni comparto el mundo. Seguimos sin darnos cuenta de que no son solamente los políticos los dirigentes. Nos sacamos de encima toda responsabilidad. Hablo de cada uno de nosotros, como personas. El trabajo es ése. En el otro no podemos trabajar.
Por dar un salto hacia atrás, contemos que aquel día, el del casting, Celeste volvió a su casa en colectivo, en el 60, y encontró un mensaje en el contestador: elegida entre doce mil. Volvió, estaba Cris Morena. Dijo: "Es ella". Lo cuenta como sigue: "No tenía idea de nada, de luces, de imágenes, de actuación, aunque el primer año fue bastante, digamos, relajado. En el segundo, me tocó una historia pesada: un padrastro abusador. Muy difícil. Le partía jarrones en la cabeza constantemente. Para llorar, me metía mentol en los ojos. Gracias al mentol, que me salvó en un par de ocasiones. Teatro, no: mentol. En Verano del 98 , donde estuve dos años, ya lo había dejado".
–Por eso, creo, hago cosas sola, sin que se sepa. He ido, si quiere se lo cuento, a alguna manifestación sin decírselo a nadie. Cosas vinculadas con derechos humanos, con marginación, con discriminación. Tuve necesidad de ir de ese modo. No es extraño en mí: también voy al cine sola, a menudo. Recuerdo Los amantes del círculo polar, de Julio Medem, una de mis películas preferidas. Me gustó tanto que vi la siguiente del mismo director: Ana y el sexo, con Paz Vega. También a solas escribo un guión para cine. Casi a escondidas. Me gusta escribir a la mañana, apenas me levanto.
–Una artista redonda.
–Está bien. Escribo, sí, y parece que actúo, según dicen. Pero cantar es lo que más me gusta. No sé si me animaría a hacerlo en público aunque, ahora que lo digo, me doy cuenta de que ya lo hice una vez, en La Casona del Conde de Palermo. Una muestra de canto, en 1999. Alfonsina y el mar , que dura como seis minutos, larguísima. Todos cantaban cosas cortas. Casi me muero de fobia. Ah, claro, si no hay más remedio, admitiré lo de Nicolás (Cabré), aunque sea por no decir la frase hecha: No hablo de mi vida privada . No es tan interesante saber qué ocurre en los dormitorios. A mí no me interesa, al menos. Ya está, no hay gran cosa en un relato así. Como le digo, cantar es lo que amo. Hace algunos días, en casa de mi amiga Victoria, cantante –poeta, poeta total– pusieron música de Chicago . Había un piano de cola en la casa. Me senté y toqué la melodía. Toda. Sin saber piano. Fue de una magia tremenda. Me emocioné mucho. El oído, el don. Necesito un piano. Ya me propusieron sacar un disco. Sé que soy un buen negocio, ahora. Negocio: negación del ocio. Lo leí en algún lado. Pero yo no negocio mi ocio. Tengo poco: si hay cinco minutos, que sean eternos.
–Poeta.
–Gracias.
Retrato galopante de Celeste Cid, para que ustedes lean, contemplen y guarden. Retrato de este exquisito fruto humano. Vaya chica.
Poeta, no hay duda.