Ciento treinta y cinco años atrás, la Argentina acababa de vivir dos feroces epidemias, la de cólera y la de fiebre amarilla, que golpearon fuertemente al país. “Estos episodios impulsaron a Guillermo Rawson –el primer médico higienista de nuestras tierras– a fundar la Cruz Roja Argentina”, contaba el doctor Diego Tipping, actual presidente de la asociación. El lunes 10 el profesional recibía a sus invitados para celebrar una cena de gala en el hotel Alvear por el aniversario “de la red de ayuda humanitaria más grande y antigua en el país”.
Lo acompañaron voluntarios, para compartir la noche con empresarios, funcionarios, periodistas, miembros de la comunidad médica, figuras del arte y la cultura y celebridades, todas personas interesadas en la labor humanitaria. “Hay que entender que la solidaridad no tiene fronteras”, aseguró Osvaldo Laport, cercano a la Cruz Roja, además de ser –desde hace diez años– embajador de ACNUR (la comisión de la ONU para los refugiados). María Kodama también celebró las tareas de la institución, que cuenta con 65 filiales en todo el país: “Son los primeros en llegar con su ayuda en las situaciones más terribles. Me alegra estar en su cumpleaños”, aseguró la viuda de Borges.
“Cuando planeamos esta cena lo hicimos desde el agradecimiento hacia la comunidad por el apoyo y la confianza, que es lo que sostiene nuestra labor desde hace 135 años. Y para honrar a todos  los que formaron parte de la institución, entendiendo que no se puede ser feliz si el de al lado no lo es”, reconoció Tipping durante la celebración, donde se brindó por muchos años más.

El 12 de agosto (viernes este 2016), Rubens Osvaldo Jesús Udaquiola Laport cumplió 60 años. En la casa de Pacheco que eligieron para vivir hace 25 años con su mujer, Viviana Sáez, hay clima de fiesta, pero es por su hija Jazmín, que el jueves 4 llegó a sus 21. Estamos en la intimidad de la cocina con este uruguayo que no se guardó nada en cada cosa que encaró (la actuación, obvio, pero también la escultura y la música). Siempre vació el tanque.
SU INFANCIA EN URUGUAY. “Juan Lacaze, donde nací, es un pueblo transgresor, cuna de los Tupamaros. Mis padres eran Rubens Sixto, el Lagarto, y mi viejita, Teresa Natividad. Más que con palabras, mi viejo me enseñó con el ejemplo. Recién de grande aceptó que le dijera ‘te amo’, el abrazo y la lágrima. Me inculcaron que debía aprender todo para defenderme en la vida. A los ocho años era canillita, pero también bajaba quince metros, atado con una soga y un palo, para hacer un aljibe, o debía levantar una pared, pegar un botón, hacer el ruedo del pantalón, planchar, decorar una torta o barrer”.
“Allá viví una etapa heavy. Tuve un hermano revolucionario, al que por estar en una agenda vincularon con Tupamaros. Estuvo preso y fue torturado. Es un gran periodista, Luis Udaquiola. También me marcó mucho esto que te voy a contar: mi segunda madre hoy tiene 96 –los cumplió el 2 de agosto–, y voy a respetar no dar su nombre. Repartiendo diarios encontré a dos chicos jugando frente a la única casa linda de Lacaze. Me quedé a jugar y dejé los diarios en el piso. Esta señora sale y les dice a los chicos, sus sobrinos, que entren a tomar el té, y me invita. Volví a casa y le pedí permiso a mi vieja. Me dijo: ‘Primero los diarios’. Lo hice, me bañé y llegué tardísimo. Pero me estaban esperando con el té, la waflera y los scones (cuya receta hoy hacen mi mujer y mi hija). A partir de ahí no me fui más de esa casa. Hubo una historia fuerte con sus hijos, mayores a mí, relacionada con la época más tremenda de Uruguay. Fui como otro hijo, que acompañó desde el silencio y vivió los sinsabores de esa familia. No entraré en detalles, pero con el hijo que quedó –el otro no está, producto de esa historia–, nos hablamos todo el tiempo”.
LA VOCACION. “Yo era público de mi viejo y mi hermano, que hacían teatro. Eso me marcó, hasta que un día, trabajando como educador en San José, Uruguay, inventé a Pototín, un payaso. Y ahí dije: ‘El día que pueda aletear solo voy a cruzar el charco para ser actor’. Pensé en Buenos Aires y no en Montevideo. Lacaze era por entonces el único pueblo uruguayo donde se veía televisión argentina. Viajé... ¡y qué no hice para subsistir! Salté de una pensión a otra. Mi primer trabajo fue pelar papas en una rotisería. Después fui vendedor en la sastrería Muñoz. Tuve mucha gente que me acompañó en la vida para no pasar hambre”.
“El primer papel importante vino de la mano de Luis Tasca. Un personaje chiquito, que creció gracias al público. La novela era Cara a cara, con Verónica Castro y Daniel Guerrero. Cierta vez se hizo un partido de actores versus rockeros a beneficio de los inundados. Yo no sé jugar al fútbol: soy un buen aguatero. Entré con los bidones, al lado de Ana María Giunta, y el locutor dijo mi nombre. La cancha, que estaba llena, se vino abajo. Y mis compañeros me dijeron: ‘Saludá, es por vos’. No me había dado cuenta. Nunca tuve noción... Hoy mi mujer aún me dice: ‘¿Cuándo te la vas a creer?’”.
VIVIANA SAEZ. “La conocí estudiando teatro. Ella tenía 16. Nos casamos en el ’79. Siempre estuvo. Después de mi primer papel importante, me ofrecieron un protagónico en Venezuela. Nos fuimos juntos. Sus padres la dejaron, pero bajo mi responsabilidad. Los primeros días fueron maravillosos, pero no arrancábamos a grabar. Nos pagaban un viático, pero nos aburríamos. Cinco meses estuvimos así: había un conflicto con Pepe Crousillat, el productor. Una historia heavy, hasta de tiros... Parece que lo buscaba la Interpol, no sé... Hoy es un señor mayor, y está libre, eh”.
“En el ’89, Caracas vivía una tremenda inseguridad. Un día, Viviana me dice: ‘Quiero tejer’. Sin preguntar, nos fuimos al centro de la ciudad. Compramos unas agujas y lana. ¡Y no sabíamos volver! Se hizo de noche y regresamos cagados los dos, caminando de la mano por una autopista y con una de las agujas en la mano, como defensa”.
“Volví a Argentina para hacer una fotonovela con Luisa Kuliok para Berlusconi, por 15 días, y ella se quedó trabajando en Venezuela. Estaba hospedado en el Sheraton y recibí una llamada del mismísimo Silvio, donde me propuso hacer Cosecharás tu siembra, que ya estaba grabando Víctor Laplace, pero me dijo que le daba grande y quería que la hiciera yo. Corté y la llamé a Viviana. Me tuve que quedar. Ella, en un momento, pudo viajar porque tenía un casamiento en Mar del Plata, y yo grababa en Tandil. Viajé, nos vimos esa noche, hicimos el amor llorando y nos despedimos otra vez. La acompañé a la terminal de micros. Yo fumaba mucho. Me fui hasta el mar y tiré la cajilla, asqueado. Nunca más fumé”.
“Más allá del sentimiento y de las crisis que tuvimos, como cualquiera, el secreto de por qué seguimos es dormir abrazados, la piel. Aunque haya una discusión, está la posibilidad del roce. Por eso no comparto eso de camas o habitaciones separadas. Con respeto, me parecen amores descartables. Estuvimos separados casi un año... y fue cuando más sexo tuvimos, jaja. Cada vez que nos juntábamos para divorciarnos, terminábamos en la cama”.
“Jazmín nació en el ’95. Es la continuidad de los valores para un mundo simple y en paz, una gran mujer. Dejando mi rol de padre y los sentimientos de lado, tiene una gran sensibilidad para con el prójimo. Ah, y es mi gran compinche a la hora de hacer compras... hasta que llega Viviana y nos controla, jaja. Siempre pienso que en mi profesión tuve muchos éxitos, pero el mayor es el amor de la familia que armé”.
EL BOOM. “Cosecharás tu siembra, mi primer protagónico, la hice con Luisa Kuliok en el ’91. Fue una de las mejores novelas que hubo acá. Luego vino Más allá del horizonte, con el personaje de Catriel. Con Luisa hoy nos frecuentamos. Pero entonces no estaba nada relajado y no pude disfrutar la relación. Las primeras jornadas fueron en Tandil y Cariló, en pleno invierno. Hacíamos escenas románticas y temblábamos de frío, jaja. Cuando hice Catriel también era invierno, y yo con el taparrabos. Nombrar un podio de coprotagonistas es difícil... Con Solita (ríe) hay como una fantasía. Trabajar con ella en Campeones fue un privilegio. Aprendí mucho. Después hicimos El cuarto azul, muy jugado, con un desnudo. Nos acompañamos y protegimos. Ojalá algún productor nos vuelva a unir. ¿Y sabés a quién me gustaría destacar? A Linda Cristal, que había hecho El gran chaparral, una serie boom en los 70’. Era argentina, triunfó en Hollywood y volvió para hacer Rosé. Teníamos grandes charlas y muchos puntos en común. Ella tuvo una cuna casi marginal y me contaba que su papá le hacía un sándwich de mortadela y se lo envolvía con diarios cuando iba a trabajar. A mí nunca se me ocurrió irme afuera, aunque trabajé en Italia con Berlusconi. Pero una vez Lautaro Murúa –nada menos– me dijo: ‘Usted no tiene que estar acá. Tiene que irse a Hollywood’. No sé qué me vio”.
LAPORT, HOY. “Mi actitud de vida es siempre informarme y crecer. Hago por primera vez una gira con Enredados. En el elenco somos de diferentes generaciones, pibes de veintipico con un tipo de 60... Bajo escalones y aprendo de ellos, o de otros chicos que conocí en el ámbito de la música, por ejemplo. De pronto, como experiencia, a los 58 años supe lo que es fumar un porro, porque estaba con dos pibes que pitaban lo que creí era tabaco. Cuando me levanté, había fumado cuatro... Llegué a casa y les dije a mi mujer y mi hija: ‘Tengo algo para contarles’. No lo oculto. A lo largo de mi vida me fui soltando”.
“En el Bailando también aprendo muchísimo con mi bailarina, Macarena Rinaldi, y mi coach, Nazarena Amaya. Quiero demostrar que como artista puedo transitar otra calle del arte. Y no la canchereo. Al contrario: me enojo en los ensayos. Siento que Tinelli tiene la energía de una persona cálida, sensible, honesta en el abrazo. Nos conocíamos de Collar de esmeraldas, que hice con Carina Zampini para Ideas. Yo boxeé con él en VideoMatch cuando no era amigo del Chueco Suar. Como no dejó que fuera como el personaje de Guevara, fui a su programa como Laport, jaja. No tuvimos oportunidad de compartir un vino, pero la vida dirá. Somos dos trabajadores, y eso es un punto en común para admirarlo desde el silencio”.

La vida del actor es así, trashumante: no se detiene ni para festejar su cumpleaños. Lo sabe Osvaldo Laport, que el viernes 12, después de despertar con flamantes 60, agarró el volante del auto, subió a su mujer Viviana Sáez (52) y a su hija Jazmín (21) y tomó la Ruta 9 rumbo a Villa Carlos Paz. Allí lo esperaban las exitosas funciones del fin de semana largo de Enredados, la producción de DaBoPe que continúa en gira nacional.

Sobre el escenario tuvo que soportar, con mucho humor, varias chanzas de sus compañeros de elenco (Flor de la V, Iliana Calabró, Sebastián Almada, Fede Bal, Magui Bravi, Ailén Bechara y Belén Etchart), que convencieron al público de que cumplía... 70. Más tarde, todos se reunieron alrededor de un asado en la casa del empresario cordobés Turco Antún, donde hubo tortas, baile y brindis por el actor uruguayo.
La noche anterior a la partida había sido fructífera: el jurado de Bailando por un sueño aplaudió su desempeño en el folclore junto a su compañera Macarena Rinaldi. Lo premió con el puntaje más alto (¡36!) y se sorprendió para bien cuando cantó Mi pasajera, un tema de su autoría que le dedicó a su esposa.

Ya de vuelta, le contó a GENTE sus sensaciones: “Entré a mi nueva década trabajando, en familia y con mucho humor. Vivi y Jazmín ya tenían todo planificado: adonde fuese la gira, ellas me iban a acompañar. Por suerte, coincidió que era en Villa Carlos Paz, no tan lejos. Podríamos habernos ido en el micro de la gira, compartiendo las cuchetas. Pero lo hicimos en auto”.

–¿Cómo es un viaje con los Laport?
–Nos gusta ir tomando mate y cantando. Arrancamos con los temas infantiles de cuando Jaz era chica. Y como Carlos Paz explotó este fin de semana y no había hotelería, tuvimos que compartir la habitación con nuestra hija, así que para empezar los 60... ¡abstinencia total, jajaja!